Los conquistadores de la Antártida by Francisco Coloane

Los conquistadores de la Antártida by Francisco Coloane

autor:Francisco Coloane [Coloane, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1945-01-01T00:00:00+00:00


7. LAS BALLENAS AZULES

Llevaba seis días de navegación el «Agamaca» a través de ese otro tempestuoso océano que forma la conjunción del Atlántico y el Pacífico al Sur del Cabo de Hornos. Habían pasado las islas Diego Ramírez, esos islotes desolados puestos por una mano caprichosa y extraña en medio de esa inmensidad de agua y cielo.

La infinitud de ese horizonte sin límites, de este solitario mundo de aguas insondables, no arredraba a los intrépidos navegantes. Sabían que su mundo era el «Agamaca», y que podía desaparecer lo mismo a una milla de la tierra que en medio de esa inmensidad. Sus naturalezas estaban acostumbradas al mar, y lo que les preocupaba era solo el no saber a ciencia cierta la exacta situación en que se encontraban, pues la pequeña corredera con que median el andar del cúter había sido comida por un pez de un tamaño mayor que el de una sierra y de piel tan lisa como esta, cuyos dientes habían tronchado la piola.

Exceptuando los dos temporales que corrieron cuando se desprendían de las costas del Cabo de Hornos, el resto de la navegación había sido bueno, y no habían disminuido el andar de ocho millas por hora, empujados por un viento parejo del Oeste.

A pesar del cuidado que había puesto en el timón, el Jefe Blanco calculaba que habían derivado un hacia el Este.

A bordo de las cuatro tablas del «Agamaca» la vida había adquirido un ritmo especial. Poco a poco se había ausentado del ánimo de los hombres esa inquietud que produce el desaparecimiento de la tierra, y se adaptaron como si el mar hubiera sido siempre el único elemento de sus existencias.

Las guardias en el timón fueron más descansadas y a medida de la voluntad de cada cual. La navegación de un largo no requería cambios en la maniobra, y en las noches, que apenas duraban tres horas en esa época y en esa latitud, se turnaban de a uno cada cuatro.

Una noche en que la luna ascendía como un globo rojo en un cielo trasparente, y el «Agamaca» cortaba el mar cual una navaja que rasgara una tela de seda, el Jefe Blanco, de guardia en el timón, fue sorprendido por una maravillosa visión de las aguas.

Millares de lucecillas azules, rojas y verdes nadaban entre dos aguas, encandilando la vista. Al principio creyó que eran noctilucas o los reflejos de esa luna tan roja que se descomponían debajo de las aguas en otros matices; pero luego comprendió que no se trataba de noctilucas ni de reflejos, sino de un extenso y tupido cardumen de peces y camaroncillos.

El Jefe Blanco supuso que los pececillos venían del Atlántico perseguidos por alguna manada de ballenas, porque esa clase de peces no era común en aquellas aguas.

A la vista de ellos, una idea germinó en su mente, y, como una entretención, se dispuso a realizarla.

Como la brisa del Oeste corría pareja sobre el mar amarró la caña del timón con rumbo fijo, y, con cautela, para no perturbar



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